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En las afueras de Villa del Prado, El Alamín recibe todos los fines de semana visitas de aficionados a la parapsicología y jugadores de air soft, poniendo a prueba la paciencia de los vecinos del pueblo y de los propietarios, que ven cómo cada dos por tres hay un nuevo agujero en la verja.
Tuvo una duración efímera: lo mandó construir el marqués de Comillas en los años 50 para alojar a los trabajadores de su finca, y quedó abandonado definitivamente en el nuevo milenio, fruto, como tantos otros, del éxodo campo-ciudad. De estilo austero, conserva sus calles paralelas, su iglesia, su pequeño convento, su plaza y su escuela, todo en estado ruinoso.